Tal y como le dijo la bruja de la aldea, la joven se dirigió a los acantilados.
Una vez en lo más alto, contempló el abismo que había bajo sus pies.
Asustaba
Pero eso ya no importaba
El dolor, la ira, la vergüenza y la sed de venganza
La tristeza y las ganas de olvidar(le)
Las ansias de dejar de sentir
Eso sí importaba
Se asomó, precavida, para observar lo que la esperaba:
Un sinfín de olas, que enfadadas con el mundo, descargaban toda su rabia contra las rocas
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“cuenta la leyenda que quien decide sacrificar su humanidad se convertirá en un ser libre de emociones” le había dicho la anciana
“¿y eso como se hace?” le había preguntado la joven
¿Sabes la roca que está en la orilla de los acantilados?, debes ir allí”
“pero los acantilados no pueden bajarse”
“¿ah no?”
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Se puso de espaldas para ver por última vez la ciudad de dónde venía y a dónde no quería volver.
Todavía mirando hacia el pueblo abrió los brazos y se dejó caer
Se estrelló contra la roca, su cuerpo, inmóvil pero todavía con algo de vida escuchó atentamente la voz del agua:
-ven, y el dolor se irá, ¿Qué dices?-
...
...
...
-sí-
Cuando los aldeanos fueron a preguntarle a la bruja que dónde estaba la muchacha, ella les contestó que aquella a la que buscaban ya no existía.
Les dijo que la primera sirena había nacido aquella tarde en la que la joven desapareció…Pero como suele ocurrir…nadie la escuchó.